La contundencia de los números

Feb 17, 2025

Por Ileana Chirinos *

La contundencia de los números

Feb 17, 2025

Por Ileana Chirinos *

En un mundo donde los números parecen definirlo todo, es fundamental recordar que las mujeres representan el 52% de la población mundial. Este dato no es solo una cuestión demográfica, sino un llamado urgente a la acción. La escritora Almudena Grandes sostiene que, para que las mujeres ocupen el lugar que les corresponde en la sociedad, tanto hombres como mujeres deben asumir que sus problemas son problemas de toda la sociedad.

Mientras sigamos aceptando que nos traten como si fuéramos una minoría y avalemos ciertas iniciativas sin cuestionarlas, será difícil que la sociedad realmente cambie y que las desigualdades no se perpetúen.

Uno de los mayores desafíos que enfrentamos hoy en día en un mundo dominado por lo masculino es la autocensura. A menudo dudo sobre si debo escribir o hablar de ciertos temas, temiendo provocar reacciones negativas. Esta autocensura se convierte en una trampa: la necesidad de agradar y no generar rechazo nos silencia. Muchas veces nos sentimos presionadas a moderar nuestras opiniones para no incomodar, y eso nos limita. Es un juego peligroso, donde algunos varones parecen monopolizar la opinión y el poder, mientras nosotras, en lugar de alzar la voz, terminamos callando.

La violencia de género sigue siendo un problema alarmante que se refleja en las estadísticas. Durante la feria judicial de enero de 2025, la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema atendió a 1.761 personas, un 8% más que el año anterior. De este total, el 60% eran mujeres mayores de 18 años. Estas cifras evidencian que la violencia no es un problema individual, sino una cuestión arraigada en el entramado social.

El informe de la Oficina de Violencia Doméstica indica que el 47% de las personas afectadas tenían un vínculo de pareja o expareja con la persona denunciada (34% exparejas y 13% parejas actuales); un 33% eran familiares directos (progenitores o hijos); un 9% tenían otro tipo de vínculo; un 7% eran familiares hasta el cuarto grado de parentesco, y un 4% tenía un vínculo fraternal.

Además, el 80% de quienes presentaron lesiones constatadas eran mujeres, lo que subraya la urgencia de abordar esta problemática desde una perspectiva de género.

Es fundamental cambiar la narrativa sobre la violencia de género y comprender que no se trata de una ideología de género ,sino de una mirada a una problemática estructural que debe ser abordada con seriedad.

Por otra parte, resulta agotador el falso dilema que plantea que, si una persona no es exitosa, es porque no se esforzó lo suficiente, como si todo dependiera únicamente de la voluntad individual. En parte, podría aceptarse esta idea, pero ¿qué sucede con aquellas mujeres atrapadas en situaciones de violencia desde la infancia, sin acceso a educación porque deben encargarse del cuidado de sus hermanos, hijos o padres? La meritocracia, presentada como un sistema justo, en realidad refuerza las desigualdades existentes. Muchas mujeres enfrentan barreras significativas que les impiden acceder a oportunidades. ¿Cómo pueden salir de esa maquinaria?

No reconocer estas desigualdades sigue reforzando un sistema patriarcal en el que las tareas de cuidado no son valoradas ni justamente remuneradas. No es casual que el feminismo sea atacado y trivializado: su crítica interpela las injusticias. Me sigo preguntando por qué, si las mujeres destacan académicamente, seguimos teniendo tan poca participación en los reales espacios de poder. La respuesta es clara: nuestra desvalorización no es fortuita, sino una herramienta para distraernos y perpetuar un sistema que nos condiciona y restringe.

Por eso se insiste en la meritocracia: el relato patriarcal necesita que existan «grandes mujeres» para reafirmar la excepcionalidad de sus logros y presentarlos como hechos aislados y sin continuidad. Lo paradójico es que las historias de los varones se convierten en historias universales, mientras que las de las mujeres son reducidas a relatos individuales, muchas veces invisibilizados. Esta misma invisibilización ha permitido que durante muchísimo tiempo la violencia de género no haya sido vista como una cuestión social estructural que debe ser abordada.

La educación es clave para el cambio. Necesitamos una estrategia audaz que permita deconstruir-nos. Esto implica desarrollar, por ejemplo, una currícula inclusiva que visibilice la historia y las contribuciones de las mujeres en la ciencia, el arte y otros ámbitos, así como la enseñanza de los derechos humanos. También es esencial implementar programas para estudiantes y docentes sobre la violencia de género, sus causas y consecuencias.

Incluir la educación emocional en los planes de estudio es otra estrategia fundamental, ya que enseña a los estudiantes a reconocer y gestionar sus emociones, ayudando a prevenir conductas violentas. Además, la creación de espacios seguros donde puedan denunciarse casos de acoso es indispensable. Por último, es vital la implementación efectiva de la educación sexual integral, abordando el consentimiento, el respeto en las relaciones y la equidad de género para fomentar vínculos saludables desde la infancia.

No adoptar una posición activa y crítica frente a la cultura que ha permitido que la violencia contra las mujeres siga aumentando, solo lleva a la consolidación de esos valores y a la continuidad de las agresiones. También permite que se sigan cuestionando derechos ya adquiridos, como la legalización del aborto y la interrupción voluntaria del embarazo. No se puede hacer revisionismo de todo.

Por lo tanto, es imperativo seguir difundiendo la perspectiva o mirada de género y no permanecer en el silencio. El feminismo no es una moda; sigue siendo una necesidad. No busca privilegios, sino igualdad en un mundo real. Y, como tantas veces a lo largo de la historia, téngase por seguro, las mujeres no nos vamos a callar.

* Mgter. en Administración de Empresas). Coordinadora de Violencia, Género y Diversidad de la UNViMe.

 

 

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